domingo, 18 de diciembre de 2016

Con el actual rector de la Universidad Rey Juan Carlos no se puede mirar a otro lado.

El rector sigue en su puesto con la mirada fija en el horizonte, a la espera de un ángel salvador que nunca llegará. De momento ha dimitido del cargo que tenía en la ejecutiva de la CRUE, la Conferencia de Rectores de Las Universidades Españolas (el presidente Píriz se lo ha sacudido como buenamente ha podido), pero nada más.
Ahí sigue, como un jabato, confiando en que alguien lo saque del embrollo de indignidad en el que se ha enredado. Aunque vana es su esperanza, confiemos.
Se trata de resistir, que es lo que todo corrupto intenta hacer a las primeras de cambio. Resistir como un requeté con su escapulario frente a balas enemigas, porque sabe que no es fácil que le obliguen a dejar el cargo.
Pero enfrente no tiene a ningún ejército enemigo, sino a una universidad maltrecha que él debería ser el primero en cuidar y mimar. Porque su actitud afecta de forma grave a su propia dignidad personal, en primer lugar.
Y afecta asimismo a la dignidad institucional que queda tocada cuando callan los miembros del equipo de dirección, del Consejo de Gobierno y de otros órganos de la Universidad Juan Carlos. También cuando calla el Consejo Social, callan profesores y callan alumnos. Ellos deben decidir si quieren seguir siendo dirigidos por un tramposo.
No se puede mirar a otro lado cuando suceden hechos tan profundamente contrarios a la dignidad académica. ¿Qué podemos decir ante un sistema incapaz de reaccionar frente a estas actitudes? ¿Qué de una persona que sigue en sus trece a pesar de la avalancha de pruebas? Que su sitio no está en la universidad, colega.

  • 17 dic. 2016
  • El Correo
  • PELLO SALABURU

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