lunes, 2 de mayo de 2016

¡Pobre del hombre que en algún momento de su vida no se sintió Quijote.!

Texto de Pablo Zapata Lerga,
profesor de Literatura.
Artículo publicado en El Correo
el 30/04/2016
¿Por qué el éxito mundial de ‘Don Quijote’? Cuando se publicó en España tuvo poco éxito y en el siglo XVIII lo expurgaron de sus expresiones atrevidas. Tuvimos que esperar a que grandes pensadores rusos y alemanes del siglo XIX lo valoraran y, entonces, nos enteramos por aquí de que era un gran libro, de que los mejores escritores lo alababan. Pero en su patria lo habían despreciado los más y leído unos pocos.

¿Dónde radica su grandeza? En primer lugar, no es un libro fácil, una gran mayoría puede que se quede con lo superficial de sus aventuras sin llegar a intuir lo que trasluce en el fondo, lo que nos quiere decir. Es la historia de un soñador fracasado, como todos, es la historia de un perdedor, como todos. Lope de Vega o Pedro Calderón difícilmente hubieran podido escribir un libro como este porque ambos conocieron el éxito, les reconocieron su trabajo, fueron triunfadores. ‘El Quijote’ cervantino es la obra de un hombre mayor que ha visto que sus sueños no se han cumplido. Y le duele.

El joven Cervantes (1547) marcha a Italia en la mitad del siglo imperial, se impregna de la modernidad renacentista italiana (lo que era el sueño de todo humanista), busca la fama y la gloria en la aventura con todo su entusiasmo juvenil y participa en la batalla de Lepanto, «la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros». Tras esos intentos de gloria, viene la dura realidad. Había salido a comerse el mundo a los veintidós años y vuelve lisiado en la movilidad de un brazo, es apresado y pasa cinco años de cárcel en Argel. Regresa a España a los treinta y tres años tullido, sin oropeles de gloria, sin oficio concreto, con un futuro incierto. De nada sirven sus méritos ni recomendaciones. Se tiene que dedicar a oficios humildes, indignos y hasta humillantes, que no tenían nada que ver con su potencial literario y es metido dos veces en prisión. El propio Cervantes no se estima mucho como poeta, pero sabe que vale como dramaturgo, y no consigue el reconocimiento ni la gloria debida, mientras ve que otros triunfan. Su nobleza de ánimo le impide ser un resentido. Conoció la fama literaria al final, pero fue corta y no salió de pobre.

‘Don Quijote’ es la historia de la vida de un soñador que tuvo unos ideales, pero la vida le responde con la dura y cruda realidad. Y aquí viene la tesis de la obra: el hecho de que esos ideales no se hayan podido realizar no quiere decir que no tengan sentido. La intención de una obra buena siempre merece la pena, aun cuando se tergiverse o no se llegue a ejecutar. El que yo dé una limosna a un necesitado no deja de tener sentido aunque con esa moneda mía se emborrache; el que yo socorra a una necesitada no deja de tener sentido aun cuando su marido me maje a palos. En las aventuras perdedoras de Don Quijote siempre hay una buena intención subyacente, lo que hace que al verlo perdedor no nos estalle la risa sino una sonrisa agridulce, comprensiva y compasiva. Todos soñamos una vez con un amor eterno, con una profesión realizadora, un futuro acorde a nuestros deseos, con unos hijos que iban a ser nuestra alegría, con una fiesta maravillosa, y la vida nos demuestra que aquel amor eterno se aja, aquella profesión no es tal como yo la creía, la vida ha sido ramplona, los hijos y la familia no dan todo alegrías y aquella fiesta ilusionada resultó casi un velatorio. A lo largo de la vida hemos tenido ilusiones quijotescas que luego no se han podido ejecutar porque así es la realidad, con sus claros y sus sombras. En un momento hemos sido Quijote y en otros Sancho a lo largo del camino de la vida. Por eso, porque puede ser entendida en cualquier tiempo y espacio, en cualquier cultura, porque es muy humana, es considerada como la mejor novela de la historia de la literatura. Pobre del hombre que en algún momento de su vida no se sintió Quijote.

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